Día 1: Todos los Santos
La Iglesia celebra el 1 de noviembre la festividad de Todos los Santos, es decir, todas aquellas personas anónimas que ya son santos. Esta fiesta nos recuerda que todos somos llamados a la santidad en esta vida.
Como afirmaba el arzobispo de Sevilla, monseñor Asenjo, «la Iglesia tiene una fecha en la que honra no sólo a los santos cuya santidad heroica ha sido reconocida oficialmente por la Iglesia, sino también a la multitud de «santos desconocidos», que arriesgaron su vida por los hermanos, los mártires de la justicia y la libertad, los santos de lo sencillo y lo cotidiano, que de forma anónima, desde la sencillez de una vida poco significativa a los ojos del mundo, en el servicio a su familia, en el trabajo, en la vida sacerdotal o religiosa han hecho de su vida una hermosa sinfonía de fidelidad al Señor y entrega a los hermanos, viviendo el ideal de las Bienaventuranzas».
Hay que recordar que muchas fiestas importantes comienzan su celebración el día anterior por la noche, en la vigilia vespertina, que en este caso sería el 31 de octubre. En inglés sería All Hallow’s Eve, la Víspera de Todos los Santos. Su pronunciación fue cambiando con los años hasta la que conocemos en nuestros días «Halloween». Esta celebración poco tiene que ver hoy en día con el día que celebra la Iglesia Universal el 1 de noviembre, aunque como se puede comprobar, estaría relacionada en su origen.
Día 2: Fieles difuntos
Este día se conmemora a los fieles difuntos. El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios». «La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a rezar por los difuntos, en particular ofreciendo por ellos la celebración eucarística: es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a las más abandonadas» (Francisco, Ángelus 2 de noviembre 2014).
La Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra.
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