Los ritos funerarios
tienen un significado claramente religioso, ya que son, en primer lugar, una
respuesta elaborada a la constatación del hecho de la muerte -una reflexión
trascendente- y una exaltación de la memoria de los muertos.
El culto a los muertos de
las comunidades humanas primitivas implica la presencia de la conciencia de la
muerte, probablemente la creencia en los espíritus de los muertos y en una
comunidad de difuntos, y casi con toda seguridad, una concepción de la muerte como una prolongación de lña vida con unas necesidades más o menos similares a ésta.
Los enterramientos
rituales prehistóricos, en los que se ataviaba al difunto con su ajuar, adornos
y los atributos de que había gozado en vida, debían de tener ese significado,
si no nos empeñamos en creer que sus coetáneos quisieran enterrar con el
difunto todo rastro o recuerdo que de alguna manera prolongara la memoria de su
presencia entre los vivos; de hecho, todavía nosotros adornamos a nuestros
difuntos de esa manera siempre que es posible.
Por cierto, los adornos
más usuales debieron de ser los dientes de animales, las conchas y, sobre todo,
los caninos de ciervos, éstos tan apreciados que hasta se hicieron imitaciones
talladas en cuernos de reno, como se descubrió en un enterramiento de
Arcy-sur-Cure, en Francia.
Que algún tipo de culto o
trato ritualizado a los muertos fuera ya una realidad en la prehistoria
espiritual de nuestros antepasados remotos es un hecho constatado por el
hallazgo y estudio de los cadáveres primitivos depositados en las fosas,
tendidos o muchas veces en posición fetal, y según rituales tan diversos y tan
diversamente emocionales como lo puedan ser hoy en día en las dispares culturas
que subyacen a la especie humana común.
En el Neolítico, a partir del octavo milenio antes de
nuestra era, se fueron imponiendo las sepulturas colectivas, situadas en zonas
alejadas de las aldeas, al modo de nuestros cementerios
En lugares tan dispares como Biblos (Fenicia, cerca del
actual Beirut), el Tigris medio o la meseta de Irán, los cadáveres se
enterraban en grandes tinajas de cerámica común, pero de grandes dimensiones,
como las utilizadas para almacenar el grano. También hubo, sobre todo en una
amplia zona de la Europa central, sepulturas individuales, rodeadas o cubiertas
de losas, o señalizadas por túmulos de grandes piedras.
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